Para ella era sagrado lavar y emblanquecer sus humildes trapos, la casa siempre tenía ese olor a manzanilla silvestre, el fondo de sopa debía ser gigante para alimentar a su tribu, no cabían las quejas al oído de mi abuelo. Mi padre me contaba que para ir al colegio debían caminar por caminos pedregosos, que siempre llevaban pan recién hecho y leche de alimento y si algún día había escasez, ella alquilaba su leche materna alimentando bebes ajenos por unos pocos soles. Mi padre dice que lamenta no haberse quedado con la única fotografía que había en casa. Me cuenta que era esbelta, de piel pálida pero firme, una dama que luchó por su sangre hasta que un día decayó. Zenaida Ortiz Marthos en una noche silenciosa se fue,dejando muchos corazones desolados, cargados solo de reucerdos y de promesas futuras sin cumplir. El cansancio debió ser inmenso. Mi padre la vio morir temblando, con una sonrisa casi exausta, con los ojos caidos, ya su esperanza de seguir se habia ido. Mi padre aún llora
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